Acantilados de Bandiagara (tierra de los Dogón)

Protección contra los insectos y los ladrones de tumbas

Cuando los dogón emigraron desde el norte hacia el precioso acantilado que se alza sobre el río Níger, tras ser expulsados por los musulmanes, a los habitantes originarios, los tellem, sólo les quedaba el río. De los tellem, que ya trabajaban el metal, que se habían construido una nueva vida en la zona de la actual Burkina Faso y que hoy han desaparecido, sólo se conservan poblados en ruinas y restos de diminutas construcciones de arcilla situadas en los precipicios de los acantilados, verdaderamente inaccesibles sin la utilización de cuerdas por las que trepar, y provistas de oscuros huecos como ventanas. En el interior de esas cuevas enterraban a los muertos y como ofrenda les dejaban figuras de madera. Aquellas ofrendas sepulcrales, duras como la piedra, tenían a menudo un aspecto humano que se conseguía gracias a simples formas geométricas. Cubiertas por una pátina de polvo, sangre de animal y gachas de mijo, estas obras, que los arqueólogos europeos generalmente interpretaron como dioses de la lluvia o figuras de antepasados, han logrado mantenerse a salvo de los insectos devoradores de madera así como de los saqueadores de tumbas, a pesar del paso del tiempo.

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