Para la construcción del anfiteatro, cuya primera piedra debió ser colocada alrededor del año 200 d. de C., los arquitectos utilizaron una técnica que hasta entonces era desconocida en Roma: los bastidores se colocaron debajo de las tribunas y de la arena. Puesto que el anfiteatro no se construyó en una pendiente del terreno, como solía ser habitual, se optó por repartir el enorme peso de las gradas y de las escaleras de la Cavea, o zona reservada a los espectadores; así pues, éstas descansaban sobre un sofisticado sistema de muros abovedados que se extendían de forma radial desde el centro hasta la periferia, y que descargaban el peso sobre las fachadas exteriores.
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