Del «manantial de las yeguas» Ain el-Fras, llamado así en honor al caballo del caudillo del ejército árabe Okba que supuestamente lo descubrió en el año 696, brotó agua durante siglos. Sin embargo, en los últimos tiempos ha quedado reducido a un arroyuelo que rezuma entre la arena del desierto y no puede llegar a los canales de riego de los jardines, antaño florecientes. Cuando en 1983 la ciudad nueva estaba lista para ser habitada, una parte considerable de los ciudadanos que se había visto obligada a dejar su trabajo en el campo, decidió no regresar a sus viviendas. Desde entonces, solamente vuelven a esta ciudad mágica abandonada y situada en el límite del desierto durante un corto período en la temporada alta y en los días festivos.
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