Monasterios de San Millán de Yuso y de Suso

Tiene su origen en las cuevas rupestres y el primitivo cenobio en que vivió y murió san Millán, un ermitaño nacido en el año 473 en Vergegio (Berceo, La Rioja). Millán (o Emiliano), tras recibir durante tres años las enseñanzas de un anacoreta llamado Felices o Félix, fijó su residencia en las cuevas del Aidillo, no lejos de su pueblo natal; pronto, sin embargo, decidió adentrarse en los montes Distercios, para evitar las continuas molestias y visitas de sus familiares y paisanos. Vivió en una lóbrega caverna en completa soledad y en continuo ayuno durante cuarenta años, hasta que el obispo de la diócesis de Tarazona, Dídimo, lo nombró párroco de Berceo. Obediente, regresó a su lugar natal para cuidar de sus feligreses. Durante los trece años que permaneció al frente de su parroquia, su fama de santidad no hizo sino aumentar, lo que despertó la envidia de otros clérigos, quienes le acusaron de malversar los fondos de la Iglesia, circunstancia que provocó su destitución. Libre de las obligaciones eclesiales y cuando ya sobrepasaba los 75 años de edad, Millán decidió regresar a las cuevas del Aidillo para vivir en soledad. Pronto comenzó a recibir visitas de numerosos peregrinos que acudían al lugar para conocerle y observar sus milagros; no tardaron en hacerle compañía otros eremitas, entre ellos Aselo, Citonato, Geroncio, Sofronio y Potamia, que, deseando recibir sus enseñanzas, se instalaron en las cuevas o celdillas contiguas, junto a un manantial que desciende hasta el río Cárdenas. En el año 550, Millán y sus discípulos construyeron un modesto edificio, a modo de lugar de reunión para intercambiar impresiones, comer y rezar, que dio origen al cenobio que, con el paso del tiempo, había de convertirse en foco de ciencia, arte y santidad.