Hoy se considera un hecho probado que los constructores de Zimbabue eligieron con premeditación el lugar del valle donde debía levantarse la muralla y el espolón de granito en el que, entre los siglos XII y XV, se erigió el edificio de la montaña, bautizado por los europeos como «acrópolis». Este territorio, libre de la infecciosa mosca tse-tse, resultaba idóneo para la cría de ganado, ya que las acacias del norte de la meseta garantizaban el alimento incluso durante los meses de la estación seca.
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