Residencia de montaña y templos vecinos en Chengde

En el camino hacia los territorios de caza

Los belicosos manchúes fueron el segundo pueblo que consiguió conquistar toda China; el primero había sido el mogol. Procedentes de Manchuria, situada al nordeste de la actual República Popular China, atravesaron la Gran Muralla en 1644 y conquistaron en poco tiempo Pekín, la capital del derrotado emperador Ming. Los manchúes eligieron el nombre de Gran Qing para designar su dinastía. Esta nueva invasión se diferenciaba de la ocupación mogol de cuatro siglos antes por el hecho de que los manchúes habían asimilado muchos adelantos de la civilización china ya antes de la conquista. No obstante, la dinastía Qing siguió cultivando algunas de sus tradiciones, entre las que se encontraba la pasión por la caza. En aquella época se solía viajar en grandes batidas al apreciado y salvaje coto de caza de Mulan. El viaje se hacía en etapas relativamente cortas, así que se necesitaban hasta veintiún «palacios de viaje» a lo largo del recorrido, donde reposar y alojarse. Uno de ellos estaba situado en un paraje llamado Rehe (río Caliente), en alusión a sus dos fuentes de cálidas aguas. Este lugar, que en antiguos textos europeos se denomina Yehol, es el actual Chengde. Este provisional «palacio de viaje» se convirtió, con el tiempo, en la segunda residencia de la corte, pero no fue sólo por la belleza del lugar y por su situación a medio camino de los territorios de caza. Los motivos fueron eminentemente políticos. Los emperadores Qing no sólo habían logrado conquistar China, sino que también las inmensas extensiones de Mongolia eran parte de su imperio desde finales del siglo XVII. Algunas tribus mogoles habían colaborado con los manchúes en la conquista de China, mientras que otras fueron anexionadas militarmente poco tiempo después. En cualquier caso, la dinastía tenía compromisos diplomáticos con los príncipes mogoles y la mejor manera de cumplirlos era con festines en el campo y partidas de caza. De esta manera se conjugaban el deber político y el placer. En Pekín no se podían llevar a cabo estas dos actividades al mismo tiempo, y los campamentos que se montaban en las estepas tampoco eran el marco adecuado para las operaciones políticas, ni el lugar apropiado para dirigir el imperio. Así pues, una residencia de verano fija en el norte fue una idea bien recibida por todos.

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