A principios del siglo XX un grupo de arqueólogos ingleses encontró los restos del monasterio; los trabajos de restauración se iniciaron al poco tiempo y quedaron concluidos en los años veinte. Sus descubridores definieron este monasterio como el monumento más bello del subcontinente. El edificio debe su existencia al emperador Kushana Kanishka, que reinó en el siglo I d. de C. y destacó por su tolerancia y su gusto por el arte. Las 35 stupas votivas donadas por los peregrinos que se hallan en el patio de las stupas demuestran que el Takht-i-Bahi fue un centro de peregrinación muy frecuentado hasta su clausura en el siglo VII. Pese a que los estucos y relieves que decoraban los muros han desaparecido casi por completo, los restos de pilares corintios y molduras permiten intuir su antiguo esplendor.
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